Había salido a entrenar con la bicicleta de montaña. Me fui por la zona de San Esteban de las Cruces a rodar por unas pistas y caminos que en parte pertenecen al Camino de Santiago del Norte. Conozco muy bien el lugar, son muchos años pasando allí. Bajaba por una carretera mal asfaltada que da al pueblo de Picullanza. Al pasar cerca de unas casas salió un pastor alemán. Normalmente está atado pero ese día el muy hijo de perra estaba suelto y con ganas de jari.
Iba despacio así que aceleré todo lo que pude. El pastor alemán también cambió el ritmo y se fue a por mí. Tienen una aceleración muy fuerte. Me comía terreno enseñando sus fauces, mostrando que quería engullir algo más que la distancia. La cuesta abajo se terminó de súbito y el camino continuaba pero hacia arriba. El perro no cejaba en su empeño en atraparme y como los días de gran escalador se terminaron decidí arrojar la toalla y enfrentarme al negro destino. Me bajé de la bici dispuesto a morir peleando.
El can ladraba y babeaba con una terrible expresión. En vez de un pastor parecía un nazi en la Batalla de las Ardenas. Puse la bicicleta como escudo para evitar que me mordiese. Le daba pequeños arreones con las ruedas, él intentaba hacer círculos para evitar la bici y engancharme por un lateral pero yo también giraba. Sólo faltaba escuchar los olés del público. De repente recordé algo que había leído hace tiempo en una revista. Cogí el botellín, lo abrí y le eché todo el agua en la cara. Los perros no la soportan. Con un gemido toda su fiereza se ahogó por completo mostrándose como un animal asustado y dócil. Temiendo más duchas se largó por donde había venido.
El cuerpo entero me temblaba. Subí de nuevo a la bicicleta y desaparecí entre las cotoyas alejándome para siempre del perro de los Argüelles.David Suárez, Suarón
3 comentarios:
Jaja, cojonudo lo de la aceleración canina...
Ahora entiendo que sin agua te fueras el martes al chigre de aquella forma :-D
mola mazo
¡Qué nunca falte el agua! :-)
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