LA MALDICIÓN
Permita Dios te resbales
al fondo de una letrina,
que sufras de escarlatina
y fiebres intestinales;
que vivas todos los males
que jamás sufrió un humano,
del sarampión africano,
la aftosa y el sabañón,
y te crezca un batallón
de corronchos en el ano.
Permita Dios te devore
el pus de la gonorrea,
que te agobie la diarrea
y el cáncer te deteriore;
que un incordio se te aflore,
que pierdas dientes y pelos;
que padezcas de desvelos
y que de forma violenta
las almorranas sangrientas
se te desplomen al suelo.
Permita Dios que los rayos
del culo se te relajen,
que las patas se te rajen
con el dolor de los callos;
que sufras de mil desmayos,
que padezcas de mareos,
que despidas un venteo
de arrogante fetidez
y te cagues cada vez
que quieras soltar un peo.
Que te rompan diez costillas
las ruedas de una gandola,
que te caiga una pianola
de golpe en las espinillas;
que te cundas de ladillas
las cejas y las pestañas;
que ruedes de una montaña
y te pongas como un churro
y que el machete de un burro
te perfore las entrañas.
Le doy fin a esta descarga
con vehemencia a Dios pidiendo
te dé cuando estés muriendo
una agonía bien larga,
en donde el diablo te salga,
desnudo, bailando rumba,
y cuando al fin ya sucumba
tu carapacho sin
cuerda
un epitafio de mierda
grabaré sobre tu tumba.
Pedro María Patrizi.
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