16/11/08

EL DEMONIO TE COMA LAS OREJAS


El pasado viernes acudí a la presentación de El demonio te coma las orejas [1997 - 2008]. Poesía de no ficción, reedición ampliada y revisada del que fuera el primer poemario de David González. Experiencia vital donde el autor se enfrenta a la prisión, forja del poeta e intelectual que es ahora. La edición corre a cargo de la editorial Glayiu.

Subo uno de los poemas que recitó David, con la aclaración de que se refiere a un funcionario en concreto, sin generalizar, pues como él dijo también había otros que no eran como éste.

HUMILLACIÓN

El funcionario,
un cacho de carne con ojos
en mangas de camisa, dice:
Todas las cosas de metal que tenga
sáquelas y déjelas sobre esa mesa.

Luego, mi abuela,
apoyándose en su muleta
(hace un año se rompió la cadera
al caer de espaldas al suelo
mientras limpiaba los cristales
de la ventana de la cocina
subida encima de una banqueta),
pasa por el detector de metales,
y el detector emite una serie de pitidos.
A lo mejor es la muleta, dice mi madre.

¿Puede andar sin ella?

Bueno, sí, pero no querrá...
Que se la dé a usted y que vuelva a pasar.

Y mi abuela,
su largo pelo blanco recogido
en un moño por detrás de la cabeza,
un pañuelo negro cubriéndola,
hace lo que le ordenan,
y aún cojeando
consigue que el detector pite otra vez.
A ver, quítese ese pañuelo.

Mi abuela obedece.

Seguro que son esas horquillas,
así que hágame el favor de soltarse el pelo.

Mi madre explota:

¿pero no se le cae a usted la cara de vergüenza
al hacer que una persona tan mayor
tenga que pasar por todo esto para ver a su nieto?
¿Qué se piensa que somos nosotros?
¿No sabe usted distinguir a la calaña de las personas honradas?

Pero ya mi abuela, con su vestido gris,
está pasando de nuevo por el detector
con idéntico resultado
que las dos veces anteriores, y el boqueras,
un cacho de carne, dice.
¡Quítese el vestido!
Si quiere puede doblarlo y colgarlo
del respaldo de esa silla de ahí.

Mi madre está tan indignada
que no le salen ni las palabras.

Y mi abuela,
cojeando,
despeinada,
en enaguas,
consigue cruzar al otro lado del detector
de metales sin ser delatada.

Ahora ya puede vestirse y pasar al locutorio.

No tiene usted perdón de Dios, le dice mi madre.

Y mi abuela,
que al ir a ponerse el vestido
ha encontrado en un bolsillo una moneda suelta,
se acerca al boqui y le dice:
Perdón, señor, ¿sería esto lo que sonaba?

Y le pone delante de los ojos,
a modo de espejo en miniatura,
una peseta
con la cara de Franco.

16 comentarios:

ada dijo...

Uf...qué grande este David...

Este poemario pone los pelos de punta...y no sólo por lo que habla, sino por cómo lo dice.

Grande, es muy grande David.

Bxuss!

Nieves dijo...

Un poema que detecta muy bien las miserias del hombre. Desde luego es no ficción.
Bss

Daeddalus dijo...

A mí ese poemario me "descubrió" a David González, nunca me cansaré de (re)leerlo y nunca dejará de angustiarme.

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo en que el funcionario es un hijoputa, como hay tantos. Pero esto no es un poema. Para nada.

David Suárez Suarón dijo...

Es un buen poemario, sin duda. La definición de lo que es poesía y lo que no creo que debe estar a criterio del autor. Toi a favor de romper moldes.

Anónimo dijo...

pues yo también pienso como el anónimo. Esto no es un poema. David es un buen poeta que publica demasiado. No tiene medida. Y va de sobrao algunas veces. A su público le gusta que arremeta contra todo y contra todos, pero la reflexión es buena. A veces uno no encuentra elpoema por ningún sitio. Y no creo que la poesía sea a criterio delautor. Coge una boñiga y a tu criterio dices que es un bollín preñao. y después te lo comes.
Recuerda a Kortatu: "la asamblea de majaras..."

Anónimo dijo...

La definición de lo que es poesía es la que es, sin más. Y esto, insisto, no es poesía. Pero tampoco es una boñiga. En todo caso es un bollín de morcillina, que también están de puta madre. Es un cuento corto muy bien escrito porque, aunque relate una situación real,que es lo que parece, hay que saber escribir muy bien para hacerlo así. A mi me gusta este escribidor. Si al anónimo inmediatamente anterior a mi no le gusta, pues que no lo lea, con todo lo que hay que leer en este mundo y lo que se publica cada día, buena gana tienes de leer algo que no te gusta, masoquilla...

Anónimo dijo...

Esta luz mortecina que tanta vida imprime sobre el ocaso de las cosas. Estos campos que veo, desolados y solos, al margen de los ríos de noviembre. Estas nubes tranquilas, más quietas y más mansas, al fondo del crepúsculo. Este seco silencio de las hojas caídas de los árboles. Esas casas que humean donde empieza y termina la distancia. Esos bosques cansados, esos pastos heridos de ocre puro y vacío son el otoño. Si recuerdo el otoño y sus curvas heladas, retorno a las inmediaciones del frío.

Esta higuera que está desparramada y vieja sobre el pozo. Estos laureles fieles que rodean la casa abandonada. Estos cubos con matas de perejil y lirios. Esta hilera de calas y crisantemos. Estos caminos que nadie transita y van posiblemente a ningún sitio. Estos castaños huecos que quitaban el hambre. Estas horas tan lentas, encaladas y mudas, como de cementerio. Esta silueta humana que cruza los umbrales de la tarde. Esos hombres que esparcen letanías de abono por los prados. Estas baldías llanuras donde se amontonaban edades de narvaso. Estas fincas estériles sin futuro ninguno? Son el otoño.

Estos huertos caducos con berzas espigadas. Esas coladas donde airean las sábanas del tiempo. Esa agave que crece y enraíza y subsiste tirado en la cuneta. Esta tela de araña con restos de una avispa y granos de rocío. Este vaho de los vidrios en que un niño dibuja las primeras vocales. Estos puestos que venden cartuchos de castañas y olor antiguo. Estos bebés que viajan con gorro y sin pasado. Estas calles tan llenas de rostros contrariados. Esos robles desnudos como inmensos espíritus en pena. Estos parques sin jóvenes y sin amor a ocultas. Este eco lejano con el eco lejano de otros días. Esta decrepitud y este claror que bulle sangre adentro? Son el otoño.

Estas gaviotas frágiles que puntean la arena. Esta desierta playa sin rastro de nosotros. Estas algas que pudren como olvidos de mar. Estas olas quebradas que cumplen su rutina. Estas rocas que nunca han cambiado de suelo. Esta bruma que resta existencia al paisaje. Esta lancha que viene, ajena y tarda, como desde la muerte. Estos acantilados por los que aún descienden ágiles pescadores. Esta poza apartada con papeles y restos del verano. Este fragor que llega con chispas de salitre. Este faro orientado hacia la despedida. Este sordo aislamiento de todo lo que observo? Son el otoño.

Esta atmósfera triste que me filtra en la carne. Estos cuervos que graznan entre los eucaliptos. Esta naturaleza detenida y dorada. Esta luna tan llena dominando la noche. Estas estrellas inaccesibles estrellas como nombres remotos. Este vano que siento entre el alma y la voz. Este dolor que llevo desde siempre hasta octubre. Esos perros que ladran y atisbo que estoy vivo. Esta realidad que no es más que un continuo destello a tanta sombra. Estas bayas que arrugan como años que no sirven. Estas moras que invernan en las zarzas. Estos nidos de pega al descubierto. Esta lluvia que cae como melancolía? Son el otoño.

Este rumor que escucho como si los difuntos, incómodos, cambiaran su postura. Este instante tan hondo de aire cálido y nada. Estos cables plagados de estorninos. Estas campanas con su anacronía. Esta paz que respiro aunque quiebre enseguida. Este humo que despide la vejez de la tierra. Estas aves que huyen sabiendo que hay regreso. Esta brisa que roza levemente un helecho. Este arroyo que baja con dos hilos de agua. Estos claros del cielo por los que se adivina la breve eternidad? Son el otoño, indicios del otoño, de esta estación tan «muertamente» viva.

Anónimo dijo...

Qué pecado cometí para aguantar tanta necedad... Ya lo dijo nosequién, que los gilipollas no tenían ni que saber leer... para qué? a las pruebas me remito.

Anónimo dijo...

Esta luz mortecina que tanta vida imprime sobre el ocaso de las cosas. Estos campos que veo, desolados y solos, al margen de los ríos de noviembre. Estas nubes tranquilas, más quietas y más mansas, al fondo del crepúsculo. Este seco silencio de las hojas caídas de los árboles. Esas casas que humean donde empieza y termina la distancia. Esos bosques cansados, esos pastos heridos de ocre puro y vacío son el otoño. Si recuerdo el otoño y sus curvas heladas, retorno a las inmediaciones del frío.

Esta higuera que está desparramada y vieja sobre el pozo. Estos laureles fieles que rodean la casa abandonada. Estos cubos con matas de perejil y lirios. Esta hilera de calas y crisantemos. Estos caminos que nadie transita y van posiblemente a ningún sitio. Estos castaños huecos que quitaban el hambre. Estas horas tan lentas, encaladas y mudas, como de cementerio. Esta silueta humana que cruza los umbrales de la tarde. Esos hombres que esparcen letanías de abono por los prados. Estas baldías llanuras donde se amontonaban edades de narvaso. Estas fincas estériles sin futuro ninguno? Son el otoño.

Estos huertos caducos con berzas espigadas. Esas coladas donde airean las sábanas del tiempo. Esa agave que crece y enraíza y subsiste tirado en la cuneta. Esta tela de araña con restos de una avispa y granos de rocío. Este vaho de los vidrios en que un niño dibuja las primeras vocales. Estos puestos que venden cartuchos de castañas y olor antiguo. Estos bebés que viajan con gorro y sin pasado. Estas calles tan llenas de rostros contrariados. Esos robles desnudos como inmensos espíritus en pena. Estos parques sin jóvenes y sin amor a ocultas. Este eco lejano con el eco lejano de otros días. Esta decrepitud y este claror que bulle sangre adentro? Son el otoño.

Estas gaviotas frágiles que puntean la arena. Esta desierta playa sin rastro de nosotros. Estas algas que pudren como olvidos de mar. Estas olas quebradas que cumplen su rutina. Estas rocas que nunca han cambiado de suelo. Esta bruma que resta existencia al paisaje. Esta lancha que viene, ajena y tarda, como desde la muerte. Estos acantilados por los que aún descienden ágiles pescadores. Esta poza apartada con papeles y restos del verano. Este fragor que llega con chispas de salitre. Este faro orientado hacia la despedida. Este sordo aislamiento de todo lo que observo? Son el otoño.

Esta atmósfera triste que me filtra en la carne. Estos cuervos que graznan entre los eucaliptos. Esta naturaleza detenida y dorada. Esta luna tan llena dominando la noche. Estas estrellas inaccesibles estrellas como nombres remotos. Este vano que siento entre el alma y la voz. Este dolor que llevo desde siempre hasta octubre. Esos perros que ladran y atisbo que estoy vivo. Esta realidad que no es más que un continuo destello a tanta sombra. Estas bayas que arrugan como años que no sirven. Estas moras que invernan en las zarzas. Estos nidos de pega al descubierto. Esta lluvia que cae como melancolía? Son el otoño.

Este rumor que escucho como si los difuntos, incómodos, cambiaran su postura. Este instante tan hondo de aire cálido y nada. Estos cables plagados de estorninos. Estas campanas con su anacronía. Esta paz que respiro aunque quiebre enseguida. Este humo que despide la vejez de la tierra. Estas aves que huyen sabiendo que hay regreso. Esta brisa que roza levemente un helecho. Este arroyo que baja con dos hilos de agua. Estos claros del cielo por los que se adivina la breve eternidad? Son el otoño, indicios del otoño, de esta estación tan «muertamente» viva.

David Suárez Suarón dijo...

Enero. Los últimos
turrones. Ya quitan
la iluminación navideña.
Ni cuesta ni llanura,
la indiferencia de los días.
Un calor anormal,
¿será el cambio climático?

Respiro, me inspiro.
Otro año por delante
en continua contradicción.
¡Cómo pasa el tiempo!

David Súarez, Suarón
y merez subvención.

Anónimo dijo...

Enero. Sus últimas
estancias. El sol
está más alto.
Alguna lagartija asoma
entre los setos.
Brotan ya los narcisos
con la misma pasión que un día
sentí sobre mi cuerpo.

Respiro hondo. Rejuvenezco
un poco y siento
-qué contradicción dulce-
que envejezco.

Anónimo dijo...

POR QUÉ NO TE VAS INTRODUCIENDO POR EL CULO, RAYO A RAYO, LA LUZ MORTECINA? Y DEJAS DE DAR EL COÑAZO UN RATO CON LA LUZ, YA NO MORTECINA SINO APAGADA.

Anónimo dijo...

Enero. Sus últimas
estancias. El sol
está más alto.
Alguna lagartija asoma
entre los setos.
Brotan ya los narcisos
con la misma pasión que un día
sentí sobre mi cuerpo.

Respiro hondo. Rejuvenezco
un poco y siento
-qué contradicción dulce-
que envejezco.

David Suárez Suarón dijo...

Oviés hasta en los pies

Anónimo dijo...

ESCENA DE CASA



Y es que aunque nada puede

detenerse,

he sido tan feliz que es suficiente. Bajo

la tarde, aquí, recuerdo

ahora

la vida transcurriendo

como fruta brillante. Las fieles golondrinas

girando hasta la cuadra y el olor

de la hierba.

-Mi madre era tan joven...-



Existió todo en mí. El cariño y la infancia

como un pan abundante,

los rayos del verano entrando

hasta la siesta. El nombre los pájaros,

su canto. Las luciérnagas,

su silencio encendido sobre las noches

largas.



Ha sido tan verdad que ya es bastante.

Más allá, los postes de la luz,

los maizales,

y el mundo se acababa.





ACCIÓN DE GRACIAS



Me ha costado mis años

llegar a escribir

soy

siento.

Estoy aquí y percibo

la grandeza del día,

su dimensión azul,

mi transparencia.

Se lo debo a los nombres

que tanto me llamaron.

Se lo debo a la infancia

y a su fosforescencia.

Se lo debo a los árboles

que crecieron conmigo.

Y a los versos que un hombre,

pastor en Orihuela,

dejó sobre la vida,

llegaron a mis manos,

giraron en mis ojos,

filtraron en mi voz.

Y, corazón arriba,

reconocimos juntos

la belleza.





ÁREA DE PRIORIDADES



De nada vale decir

aquí estoy yo,

gobierno y mando,

si al pasar por Castilla

y ver el sol crujiendo tras

los olmos,

uno no sabe dar gracias a Machado.



De nada sirve

montar revoluciones, modernizar

las leyes,

si al entrar en Moguer y abrir sus muros

blancos,

uno no escucha, como un geranio púrpura,

la voz en los balcones de Juan Ramón

Jiménez.



Muy poco importa

marcharse tan de prisa a tantas partes

a todas a ninguna,

sin pararse una vez, y al coger nuevo

aliento y mirar el camino,

sentir sobre la piel: Palabras

para Julia.



Sin duda alguna,

España no va bien, como el resto

del mundo y el fondo de la vida.

Necesitamos agua, pan, un poco

de esperanza. Y poesía.



EL VENENO AGRIDULCE DE LA VIDA



Ganar, abrir, cerrar,

perder. Hoy el encuentro

feliz. Mañana la despedida.

Todo es lo mismo

y contrario. Como la luna

y el día. Todo de luz y de

sombra. Como una noche

muy llena y una casa

tan vacía.



Tomo un sorbo. Reconozco la fe.

Amargamente sonrío:

dulce veneno, la vida.





DESHIELO



Enero. Sus últimas

estancias. El sol

está más alto.

Alguna lagartija asoma

entre los setos.

Brotan ya los narcisos

con la misma pasión que un día

sentí sobre mi cuerpo.



Respiro hondo. Rejuvenezco

un poco y siento

-qué contradicción dulce-

que envejezco.







REPETICIÓN DE UN DÍA



Esta mañana -julio, sol, silencio-,

amargamente hermosa, la he vivido

hace tiempo. No sé dónde

ni cuándo.



Los gatos a la sombra del castaño,

espejismos de fuego en los caminos,

la vida inabarcable y el eco intermitente

de un tractor a lo lejos.



No sé dónde ni cuándo. O todo

era más hondo o yo no soy

el mismo.



(Inéditos en castellano)







ARGOS



Los caseros no atienden a sus ojos,

pero detrás de sus negras pestañas

oculta una tristeza tan redonda

que apenas le permite la mirada.

Por eso algunas veces con la cola,

cuando escucha el sigilo de las vacas,

dibuja sobre el barro en que reposa

retazos de impotencia y de desgana.

Y poco a poco el giro de las moscas

que rondan sobre él noche y mañana,

le han dado un parecido con las cosas

que a la muerte se pudren olvidadas.

Su hocico respingón ya tiene forma

del aullido más último del alma,

y de aquella nariz de caracola

tan única en los rastros de la caza,

cuelga la transparencia de una gota

que ya no puede secarse con la pata.

Y aunque sigue esperando, de su boca

sale de vez en cuando esa palabra

con que expresan los perros su derrota;

y lloriquea y cae y se levanta...



(De Poemas del Álbum amarillo)









USTED seguro que ha sentido vergüenza alguna vez

al decir que en su cuarto caía una gotera

o que su pobre madre le hacía el bocadillo

siempre de natas con azúcar

-son cosas de la vida-.

Confieso que en mi casa el olor a humedad

era casi entrañable

y todos los domingos se comían garbanzos,

salvo en alguna fecha señalada.

Que lloré muchas veces por no querer llevar

los jerseys con coderas

o no tener un lápiz con enanito arriba.

Confieso que la ropa nos la daban los primos

que ahora son albañiles

y que nuestra familia se rompió por la herencia

de unos metros cuadrados de baldosas con taras

-son cosas de la vida-.

Que, a escondidas de todos y hasta los siete años,

tuve el chupete debajo de la almohada.

Confieso que los míos son personas sencillas:

usted sospecha que hablo de un padre que no sabe

lavarse bien los dientes,

de una mujer que escribe con mala ortografía,

de unos hermanos fieles como la misma sangre

y una casa que huele, cada vez que entro en ella,

a las húmedas manos de la melancolía.

Confieso que he nacido donde hubiera elegido

por encima de todo

cada vez que naciera.

(De La hora de las gaviotas)







YO también masticaba la cal de las paredes

en las tardes de agosto

y creía que sólo se moría en invierno

y no entendía por qué cada vuelta del mundo envejecía a mi madre

Estuve enamorado de una araña grandísima que vivía en una grieta

de la puerta

y hacía competiciones de gusanos.

El cielo me parecía una carpa gigante

y cuando vi pasar los primeros aviones los ojos se me abrieron

como dos libertades.

Mi padre me enseñó a comprender el viento,

a predecir la lluvia en la piel de los árboles

y por eso he tenido siempre miedo al futuro.

De pequeño, además, yo quería ser gitano

para tener un burro, entre otras muchas cosas,

y caminar descalzo.

Pero la vida nunca acepta nuestros ruegos

y me gustó el latín no sé por qué motivo

y aquí estoy ensañando lo que a veces no entiendo.

¿Qué voy a decir yo de la palabra hombre?,

¿cómo puedo explicar que para que haya historia

hubo que desde siempre ir matando o muriendo?

Conseguí ser mayor y me quité estos vicios a pesar de mí mismo:

y me conformo y callo y voy tirando

y echo de menos mucho la araña de la grieta

y el olor de la cal me es como de familia.

Aprendí, como todos, a amar lo que no amo,

y a hacer, según la norma, lo que todos hacían.

(De La hora de las gaviotas)









ARQUITECTURA DE LAS RUINAS



Antigüedad

mujer hermosa

con ojos pompeyanos

que lleva cestos

de sombra

hasta las viñas

Mar

que se mira

en un espejo

y se serena

antes de que

la vean

amanecer las naves

orgullosas

Mujer

lanceolada

con los pechos

en púrpura

que visita

los templos

y pestañean

las lámparas

de aceite

Cintura de la juventud

de la columnas

melancolía

de la flor de

la manzanilla

que te hace

aniversarios

en latín

al lado

de las losas

Mujer

vestida de ceniza

y rayo de luna

que en la noche

te han visto llorar

sobre un mosaico



Pasabas

levemente

los dedos

por la desvanecida

sonrisa

de los padres

queridos.



(De Nadie responde)









SUEÑO DE LA RAZÓN OSCURA



Qué más quisiera yo

que ver desde los montes

el animal del tiempo.

Ser el reverso de la sombra.



El huésped más agraz de las luciérnagas.



El viaje más fundible de los túneles.



El ritmo artesanal del corazón.



El invertebrado rojo de la llama.



Qué más quisiera yo

que ser el viejo perro del coraje

y asustar a la muerte

cuando viene a buscaros.



(De Nadie responde)








CASI siempre era en mayo. Cuando estaban aún

muy verdes las ciruelas

llegaba la estación de los gitanos.

Buscaban el abrigo y extendían sus trastos y sus lonas

donde sonaba el agua y asomaban los lirios.



Eran como el terreno, solitarios, nocturnos.



A ellos les gustaba buscar en la escombrera. Ellas

pedían patatas y gallinas.



La vida, desde allí, me olía como el humo.



Marcharon de repente. Fue un año de chubascos.

Dejaron zapatos y vasijas, vestidos y unas brasas.

La Estrella iba echada tosiendo en la carreta.

Pascasio, el burro gris, apenas se movía.



Y en un árbol atada, comida por las moscas,

quedó ladrando, hasta su fin, la Cáscara.





(De Nada)











Para Nori



ENTONCES la inocencia.



Entonces yo metía la soledad en botes

y bajaba rodando por los prados en cuesta

y disecaba insectos en cajas de cerillas

y entendía la muerte como el final de un cuento

y esperaba la lluvia con las botas de goma

y me hacía feliz estrenar las libretas.



Entonces me escapaba muchas tardes de casa

y me subía a los pinos y vendía las piñas

y nunca había visto de verdad girasoles

y me parecía lejos lo que estaba muy cerca.



Entonces me sabía entero el Catecismo

pero no me gustaba tener que entrar a misa

y estrenaba por Pascua sandalias y bombachos

y estrenaba en Difuntos pantalones de felpa.



Entonces ya admiraba qué libres son los pájaros

y no quería ir siempre por los mismos caminos.



Entonces no me daban respingo las noticias

ni asco los gusanos ni miedo las culebras

angustia ningún peso.



Entonces, la inocencia.



(De Nada)

















NUNCA hice daño a nadie

-que yo sepa-;

ni me importó la vida

de los otros.

Si me pidieron algo abrí

los brazos.

Me equivoqué a menudo

y me equivoco.

Escuché. Puse llave

a dudas y secretos.

Deudas, alguna que otra,

la más grande conmigo.



No me conozco.



Muchas veces me dicen

que siempre estoy

rodeado

de gente..., sí,

y a veces

de tanta multitud

me encuentro más que



solo.



Fumo más de la cuenta

y entro y salgo,

saludo a muchas caras...

Amigos, lo que se llama

amigos,

tengo pocos.

Lloro cuando no puedo

resistir el dolor,

pero me suele hundir

cualquier mal trago

o un simple día de otoño.



Por lo demás

ya veis:

a la vida le pido

lo mismo, al fin

y al cabo, que

vosotros:

que me deje vivir,


pero mientras yo pueda

hacerme cargo.

Por lo demás,

ya saben:

lo que me gusta

ver

lo miro y a la cara.

A lo que no me va

cierro los ojos.

(De Nada)








UN vómito de sangre

mató a mi abuela;

estaba en la cocina, cardando

lana, y cayó como un pájaro.

Mi abuelo navegaba y cuando un día

arribó

se colgó de una viga.

Murió loco de pena, se comentaba.

Dicen los que lo vieron

aquellas tardes

que orinaba en las manos y se reía,

y se arrancaba el pelo y se reía,

y comía las hojas de la higuera.

Y que compró jilgueros y malvises

y gallinas y gallos

y que tapió las puertas y ventanas

y se encerró... y nada,

se colgó de la viga.

Mi abuela era muy joven;

dejó a mi madre

con cuatro años cumplidos

y a su hermano de seis,

Aurelio, como yo,

a quien, hacia los treinta,

le reventó la aorta. No sufrió

apenas.

A mi madre la sangre

le dio siempre también bastante

guerra.

Que nada..., como

suele decirse, en esta

puta vida

una pena se cura con otra

pena

y una herida se cierra

con otra herida.

(De Nada)







CUANTO más tarde sepas

que el fuego acaba en

humo.



Cuanto más tarde veas

que el humo es verdad

muerta.



Cuanto más tarde sientas

que la muerte está en

todo.



Cuanto más tarde admitas

que todo es nada

apenas...

Mejor...



Siempre será muy pronto.

Perder la fe es tan triste...

Como quedarse ciego y no esperar

la luz

por mucho

y más

y mucho que amanezca.

(De Nada)








TODA la vida hablando

del amor

y no conozco más que el humo

y la ceniza:

sus metáforas.

(De Nada)