"¡Oh, deporte, placer de los dioses, esencia de la vida! Has aparecido de pronto, en medio en la gris claridad en que se agita la ingrata labor de la existencia moderna, como mensajero radiante de los años pasados, años aquellos en que la humanidad sonreía. Y sobre la cima de los montes, se ha posado un resplandor de aurora, y rayos de luz han iluminado el oscuro arbolado".(...)
de "Oda al deporte".Pierre de Coubertain, 1912.
En la antigua Grecia durante los Juegos Olímpicos, los actos literarios eran una parte indispensable de los festivales de atletismo, en los que los escritores completamente vestidos podían ser tan populares para el público como los musculosos atletas que se pavoneaban desnudos y relucientes por el aceite de oliva. Los espectadores que abarrotaban el santuario de Zeus buscaban la perfección tanto en el cuerpo como en la mente.
Durante gran parte del siglo XX, la poesía en los Juegos era una competición oficial donde se ganaban medallas. El visionario francés que resucitó los Juegos Olímpicos, el barón Pierre de Coubertin, siempre insistió en que los concursos artísticos de estilo griego deberían permitirse junto con el atletismo. Su sueño se hizo realidad en 1912 en Estocolmo, donde la literatura, junto con la música, la pintura, la escultura e incluso la arquitectura, se convirtieron en pruebas olímpicas en el llamado Pentatlón de las Musas, en el que todas las propuestas tenían que estar “directamente inspiradas por la idea del deporte”. En siete Olimpiadas, a los escritores -casi siempre poetas- se les concedieron medallas de oro, plata y bronce junto a los velocistas, a los halterófilos y a los luchadores. Luego, la categoría general de literatura se amplió en 1928, en 1936 y en 1948 para incluir competiciones específicas de poesía épica y lírica.
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