Cieno
es una atroz diatriba contra el bucolismo, la vuelta al terruño y la
presunta bonhomía del labriego. Cieno se alza como una excrecencia
envenenada en contra de este y otros lugares comunes, mas la novela
dispersa sus andanadas hacia cualesquiera puntos cardinales, pues no hay
grupo que escape a la vehemencia del exabrupto: médicos, funcionarios,
toxicómanos, representantes públicos, clerigalla, juventud
alternativa... La mugre, el oropel y la impostura inherentes al
ejercicio de las potestades públicas conforman en Cieno
una ceremonia de atavismos que solo merecen la más furibunda denuncia.
Para ello, el autor se sirve de la hermana pobre de las administraciones
españolas, los ayuntamientos de pueblo, entidades donde quedan al
descubierto en toda su crudeza siglos de chapuza nacional y despilfarro
de caudales, ocho mil y pico corporaciones de exorbitantes atribuciones
gestionadas por unos representantes de lo más inepto a quienes asisten
adocenados burócratas que ni siquiera se cuestionan lo absurdo de sus
tareas. O por lo menos eso opina el anónimo protagonista.
Paradigma de novela de la crisis, Cieno transcurre en el lapso previo a la debacle económica, cuando la holgura presupuestaria de las administraciones daba pie a financiar los mayores dislates sin que nadie exigiera explicaciones por ello. Cieno se cisca en las convenciones, en la ética profesional y, sobre todo, en las bondades de la vida sencilla, incompatibles para quien pretende exprimir la existencia solo para deleitarse con la voluptuosidad de la venganza, «el único lujo del proletariado». Porque quien se erige en abanderado de la lucha contra estas corruptelas no lo hace por algo remotamente parecido al altruismo; el narrador no es, ni mucho menos, un burócrata de intachable conducta, sino el sujeto más ruin, torticero y descreído que hayan generado siglos de función pública, un secretario municipal recién incorporado cuyo puesto no es que le venga grande, sino que desborda por completo las endebles costuras de su bisoñez. Pornófilo, drogodependiente, obsesivo compulsivo, cleptómano, rencoroso hasta la exasperación... ninguna neurosis de nuestros días le resulta ajena. Y si presentaba tales credenciales antes de llegar a su destino profesional, diversos episodios vergonzantes y un abrupto desengaño amoroso terminan por convertir su miserable existencia en una verbena de dipsomanía y disparates. Con tal andamiaje, el desenlace de la peripecia dista mucho de la catarsis...
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