vivo en un sitio
al que nadie le importa.
Vivo en un laberinto,
en un cementerio de casas,
soy ese gusano de la manzana
que todo el mundo aparta.
Altos señores
nos miran desde lejos.
Mientras ellos juegan al pádel,
yo les compro la droga;
mientras que sus niños
juegan en la piscina,
yo me drogo;
mientras sus mujeres
leen revistas de moda,
yo me muero.
Mi piel es cemento,
mi heridas no sangran,
porque nadie las mira
y es cómo si no existieran
en este infierno
de calles estrechas.
Un muro separa
el placer del olvido,
al vivo del muerto.
Nuestro hogar es un hormiguero
de realidades y de ratas,
aquí no hay Dioses,
no hay paraíso, ni esperanza;
tan sólo un grito,
un eterno grito de agonía
del niño que nace aquí
entre la basura,
y del hombre que muere aquí,
entre el olvido.
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